Las imágenes que nos ofrece Gloria Wassington son escogidas no sólo desde su propia mirada de artista sino desde el relato que ellas, autónomas, quieren interpretar como personajes de teatro que buscan un autor que los convoque.
Ella, la artista, los aísla creando una atmósfera que el espectador debe completar con su propias vivencias. La obra de Gloria es íntima. El conjunto de la obra barniza cada pieza singular de ternura, acaso infantil, sin caer en la inocencia. Es la obra dónde reverbera algo femenino sin por eso hacer alarde de mujer.
Como escribe Bachelard en La llama de una vela, “recordar y fulgurar exigen la misma paciencia”, y hay en sus cuadros una manera de invitar a recordar. Las imágenes de Gloria fulguran y dejan la paciencia del lado del espectador. Y así, en su candor, es una obra punzante.